Saturday, September 03, 2005

 
Hace algunos días, Pablo Longueira sacó a relucir una gran verdad histórica: el socialismo en el mundo, a lo largo de la historia reciente, ha intentado implantar el aborto y el matrimonio homosexual donde quiera que haya impuesto un gobierno. Se pasó de la estrategia de los 70 ("Los momios al paredón, y las momias al colchón") a esta del siglo XXI, que se podría resumir en destruír la familia como núcleo básico de la sociedad. Como de costumbre, Bachelet, interpelada, no fue capaz de dar una respuesta coherente, o de afirmar simplemente que ella no estaba de acuerdo con estas aberraciones y no las implantaría en un supuesto gobierno. Con su vaguedad le alcanza para ganar en las encuestas, para que se va a complicar.
Sin embargo, hay una institución que dice representar al 72% de la población, en calidad de reserva y tutela moral de nuestra sociedad (la Iglesia Católica) quien ha actuado con una extrema tibieza ante la posibilidad de que una persona que encarna valores anti cristianos (porque es atea) llegue al poder.Ya ocurrió antes con Allende y Lagos, y ¿cuáles fueron los resultados desde el punto de vista valórico? Aquí la cosa es clara: tenemos una elección entre una candidata atea y un candidato católico practicante, y la Iglesia mantiene una neutralidad que no tuvo cuando en los 80, atacó sin piedad al gobierno militar haciendo uso de todas las oportunidades que su investidura le permitía.
No se trata de una lucha política en la que nos encontramos enfrascados, sino que una lucha valórica frente a la cual la Iglesia Católica chilena, a contrapelo de lo que ocurre en otros países, no toma la batuta que le corresponde. Como católico, me siento profundamente decepcionado de la jerarquía católica chilena

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