Tuesday, March 20, 2012
A 75 AÑOS DE LA ENCICLICA "DIVINI REDEMPTORIS":
LA OLVIDADA ADVERTENCIA Y CONDENA DE LA IGLESIA
AL COMUNISMO
En un día como hoy, 19 de marzo -fiesta de San José Obrero-, pero hace 75 años, en 1937, el Papa Pío XI publicaba uno de los documentos más importantes de su pontificado: la Encíclica "Divini Redemptoris", destinada a condenar al comunismo ateo. Dirigiéndose en especial a los obispos de todo el mundo, les decía: "Procurad, venerables hermanos, con sumo cuidado que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en pagar el castigo de su error; y cuanto más antigua y luminosa es la civilización creada por el cristianismo en las naciones en que el comunismo logre penetrar, tanto mayor será la devastación que en ellas ejercerá el odio del ateísmo comunista". Y en razón de esto último, señalaba asimismo: "Pero no podemos terminar esta encíclica sin dirigir una palabra a aquellos hijos nuestros que están ya contagiados, o por lo menos amenazados de contagio, por la epidemia del comunismo. Les exhortamos vivamente a que oigan la voz del Padre, que los ama, y rogamos al Señor que los ilumine para que abandonen el resbaladizo camino que los lleva a una inmensa y catastrófica ruina, y reconozcan también ellos que el único Salvador es Jesucristo Nuestro Señor, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Hech 4,12)".
Frente a estas palabras proféticas de Pío XI no cabe sino inclinarse reverente. Ellas, sin duda, evitaron que la catástrofe fuera aún mayor; pero ¡cuán grande fue de todas maneras! A la cual, desoyendo el magisterio del Pontífice, prestaron su colaboración tantos cristianos que creyeron ver en las doctrinas de Marx y de Engels, como en las de Lenin, Stalin, Mao-Tse-Tung, Castro y otros, la nueva y más definitiva expresión del Evangelio cristiano. Hoy, por cierto corresponde reconocer y agradecer esa clarividencia; y junto con recordar a las víctimas, corresponde asimismo intentar una reflexión acerca de las causas que condujeron a la humanidad a tal catástrofe. ¿Cómo fue posible que en nuestra civilización naciera y prosperara una doctrina como la marxista? Esa fue la tarea de lo que los Pontífices denominaron el "liberalismo" y que tantas veces denunciaron como la raíz de los males del mundo moderno.
Fue durante el siglo XIV, una vez que Europa se había consolidado e iniciaba su prodigiosa carrera de expansión cultural y política, que aparecieron las doctrinas que dieron forma a ese liberalismo. De partida, negación de que entre las personas exista una finalidad común, y afirmación, por el contrario, de que cada uno define para sí mismo su propia finalidad. En seguida, y como consecuencia de lo anterior, afirmación de la autonomía moral de cada sujeto en el sentido de que cada uno puede inventar sus propias normas morales; y, por último, cambio del significado del término derecho para concebir a éste como un poder absoluto de que cada uno estaría revestido para exigir lo que estime necesario para sus propósitos. Por eso, la propiedad sobre las cosas materiales deja de ser un medio para la mejor gestión de ellas en vistas del bien común, y se transforma en este poder para usarlas de la manera que a cada uno le venga en gana.
De nada valieron los subterfugios con los que una legión de seudointelectuales -Rousseau, entre otros- pretendió hacer creer a la gente de la época que no había ningún cuidado porque un contrato social aseguraría el orden y la paz. Marx no se dejó engañar. Si de verdad las premisas eran esas, las consecuencias caían por su peso: el único camino para imponer el propio interés era el de la confrontación con los demás. Sobre esta base, Marx construyó su doctrina sobre el enfrentamiento y la lucha de clases como el constitutivo esencial de la historia de la humanidad. Lo demás, ya lo conocemos.
Hoy, cuando el mundo ya ha vivido y pagado las fatídicas consecuencias de tanta frivolidad intelectual, son muchos, sin embargo, los que insisten alegremente en ella. Pero ahora nadie puede engañarse. No se trata de preguntarse qué va a pasar si pensamos y actuamos de la manera a que ella nos inclina; se trata de preguntarse acerca de qué pasó efectivamente. Y, de eso, hay evidencia sobrada.
Tomado de Gonzalo Ibáñez S.M. en Emol.com
LA OLVIDADA ADVERTENCIA Y CONDENA DE LA IGLESIA
AL COMUNISMO
En un día como hoy, 19 de marzo -fiesta de San José Obrero-, pero hace 75 años, en 1937, el Papa Pío XI publicaba uno de los documentos más importantes de su pontificado: la Encíclica "Divini Redemptoris", destinada a condenar al comunismo ateo. Dirigiéndose en especial a los obispos de todo el mundo, les decía: "Procurad, venerables hermanos, con sumo cuidado que los fieles no se dejen engañar. El comunismo es intrínsecamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con el comunismo, en terreno alguno, los que quieren salvar de la ruina la civilización cristiana. Y si algunos, inducidos al error, cooperasen al establecimiento del comunismo en sus propios países, serán los primeros en pagar el castigo de su error; y cuanto más antigua y luminosa es la civilización creada por el cristianismo en las naciones en que el comunismo logre penetrar, tanto mayor será la devastación que en ellas ejercerá el odio del ateísmo comunista". Y en razón de esto último, señalaba asimismo: "Pero no podemos terminar esta encíclica sin dirigir una palabra a aquellos hijos nuestros que están ya contagiados, o por lo menos amenazados de contagio, por la epidemia del comunismo. Les exhortamos vivamente a que oigan la voz del Padre, que los ama, y rogamos al Señor que los ilumine para que abandonen el resbaladizo camino que los lleva a una inmensa y catastrófica ruina, y reconozcan también ellos que el único Salvador es Jesucristo Nuestro Señor, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos (Hech 4,12)".
Frente a estas palabras proféticas de Pío XI no cabe sino inclinarse reverente. Ellas, sin duda, evitaron que la catástrofe fuera aún mayor; pero ¡cuán grande fue de todas maneras! A la cual, desoyendo el magisterio del Pontífice, prestaron su colaboración tantos cristianos que creyeron ver en las doctrinas de Marx y de Engels, como en las de Lenin, Stalin, Mao-Tse-Tung, Castro y otros, la nueva y más definitiva expresión del Evangelio cristiano. Hoy, por cierto corresponde reconocer y agradecer esa clarividencia; y junto con recordar a las víctimas, corresponde asimismo intentar una reflexión acerca de las causas que condujeron a la humanidad a tal catástrofe. ¿Cómo fue posible que en nuestra civilización naciera y prosperara una doctrina como la marxista? Esa fue la tarea de lo que los Pontífices denominaron el "liberalismo" y que tantas veces denunciaron como la raíz de los males del mundo moderno.
Fue durante el siglo XIV, una vez que Europa se había consolidado e iniciaba su prodigiosa carrera de expansión cultural y política, que aparecieron las doctrinas que dieron forma a ese liberalismo. De partida, negación de que entre las personas exista una finalidad común, y afirmación, por el contrario, de que cada uno define para sí mismo su propia finalidad. En seguida, y como consecuencia de lo anterior, afirmación de la autonomía moral de cada sujeto en el sentido de que cada uno puede inventar sus propias normas morales; y, por último, cambio del significado del término derecho para concebir a éste como un poder absoluto de que cada uno estaría revestido para exigir lo que estime necesario para sus propósitos. Por eso, la propiedad sobre las cosas materiales deja de ser un medio para la mejor gestión de ellas en vistas del bien común, y se transforma en este poder para usarlas de la manera que a cada uno le venga en gana.
De nada valieron los subterfugios con los que una legión de seudointelectuales -Rousseau, entre otros- pretendió hacer creer a la gente de la época que no había ningún cuidado porque un contrato social aseguraría el orden y la paz. Marx no se dejó engañar. Si de verdad las premisas eran esas, las consecuencias caían por su peso: el único camino para imponer el propio interés era el de la confrontación con los demás. Sobre esta base, Marx construyó su doctrina sobre el enfrentamiento y la lucha de clases como el constitutivo esencial de la historia de la humanidad. Lo demás, ya lo conocemos.
Hoy, cuando el mundo ya ha vivido y pagado las fatídicas consecuencias de tanta frivolidad intelectual, son muchos, sin embargo, los que insisten alegremente en ella. Pero ahora nadie puede engañarse. No se trata de preguntarse qué va a pasar si pensamos y actuamos de la manera a que ella nos inclina; se trata de preguntarse acerca de qué pasó efectivamente. Y, de eso, hay evidencia sobrada.
Tomado de Gonzalo Ibáñez S.M. en Emol.com
Labels: engaño del socialismo, infiltracion marxista en la Iglesia, Pio XI
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Igualmente el arzobispo de Santiago. Según RJ, un pastor de la zona rural de Santiago le contò que el Arzobispado mandaba textos a las parroquias de la teología de la liberación.
Provoca mucho dolor que la Iglesia Católica sea cómplice, ahora en Cuba, del comunismo marxista. El Papa -única esperanza para los pocos que se atreven a oponerse a la dictadura- no quiere reunirse con las Damas de Blanco, y prefiere ser genuflexo con los Castro. Una lástima
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