Friday, October 02, 2009
LA REBELION DE LAS MASAS:
EL ESTADO, EL MAYOR PELIGRO
Hace exactamente 80 años, en 1929, el notable, pero a la vez subvalorado en nuestras tierras filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955) escribió una de sus obras cúlmines, "La Rebelión de las Masas".
En ésta define la aparición, en pleno inicio del siglo XX, del hombre-masa, un nuevo y masivo personaje social carente de ideas propias pero prepotente demandante de poder en nuestras sociedades. Pese al tiempo transcurrido, y al panorama europeo tan distinto al actual sobre el que Ortega y Gasset basó su análisis (con gobiernos totalitarios de gran fuerza en ese momento tales como el comunismo de Stalin y el fascismo de Mussolini), su análisis no ha perdido un ápice de vigencia y actualidad, incluso hoy en día. El hombre-masa y su nefasto efecto en las actuales sociedades continúa tan vivo como entonces.
Próximamente haré un detallado análisis acerca de esta fundamental obra de Ortega y Gasset, pero por el momento dejo a mis lectores un interesante capítulo, pleno de actualidad en estos tiempos en los que el progresismo, aprovechando una breve y transitoria crisis economica mundial que ya está terminando, intentó apresuradamente enterrar vivo al capitalismo y resucitar la añeja y fracasada momia del estatismo. También Ortega y Gasset se refirió en un capítulo de La Rebelión de las Masas a la influencia del Estado, en un capítulo que tituló: "El Estado, el mayor peligro", el que transcribo a continuación:
"El Estado contemporáneo es el producto más visible y notorio de la civilización. Y es muy interesante, es revelador, percatarse de la actitud que ante él adopta el hombre-masa. Éste lo ve, lo admira, sabe que está ahí, asegurando su vida; pero no tiene conciencia de que es una creación humana inventada por ciertos hombres y sostenida por ciertas virtudes y supuestos que hubo ayer en los hombres y que puede evaporarse mañana. Por otra parte, el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo — vulgo — , cree que el Estado es cosa suya. Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquiera dificultad, conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos e incontrastables medios.
Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatifícación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura o, simplemente, algún fuerte apetito, es una gran tentación para ella esa permanente y segura posibilidad de conseguir todo — sin esfuerzo, lucha, duda, ni riesgo — sin mas que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina. La masa se dice: "El Estado soy yo", lo cual es un perfecto error. El Estado es la masa sólo en el sentido en que puede decirse de dos hombres que son idénticos, porque ninguno de los dos se llama Juan. Estado contemporáneo y masa coinciden sólo en ser anónimos. Pero el caso es que el hombre-masa cree, en efecto, que él es el Estado, y tenderá cada vez más a hacerlo funcionar con cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe; que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria.
El resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la maquina del gobierno. Y como a la postre no es sino una máquina cuya existencia y mantenimiento dependen de la vitalidad circundante que la mantenga, el Estado, después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará hético, esquelético, muerto con esa muerte herrumbrosa de la máquina, mucho más cadavérica que la del organismo vivo.
Este fue el sino lamentable de la civilización antigua. No tiene duda que el Estado imperial creado por los Julios y los Claudios fue una máquina admirable, incomparablemente superior como artefacto al viejo Estado republicano de las familias patricias. Pero, curiosa coincidencia, apenas llegó a su pleno desarrollo, comienza a decaer el cuerpo social. Ya en los tiempos de los Antoninos (siglo II) el Estado gravita con una antivital supremacía sobre la sociedad. Esta empieza a ser esclavizada, a no poder vivir más que en servicio del Estado. La vida toda se burocratiza. ¿Qué acontece? La burocratización de la vida produce su mengua absoluta — en todos los órdenes. La riqueza disminuye y las mujeres paren poco. Entonces el Estado, para subvenir a sus propias necesidades, fuerza más la burocratización de la existencia humana. Esta burocratización en segunda potencia es la militarización de la sociedad. La urgencia mayor del Estado en su aparato bélico, su ejército. El Estado es, ante todo, productor de seguridad (la seguridad de que nace el hombre-masa, no se olvide). Por eso es, ante todo, ejército. Los Severos, de origen africano, militarizan el mundo. ¡Vana faena! La miseria aumenta, las matrices son cada vez menos fecundas. Faltan hasta soldados. Después de los Severos el ejército tiene que ser reclutado entre extranjeros.
¿Se advierte cuál es el proceso paradójico y trágico del estatismo? La sociedad, para vivir mejor ella, crea, como un utensilio, el Estado. Luego, el Estado se sobrepone, y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado. Pero, al fin y al cabo, el Estado se compone aún de los hombres de aquella sociedad. Mas pronto no basta con éstos para sostener el Estado y hay que llamar a extranjeros: primero, dálmatas; luego, germanos. Los extranjeros se hacen dueños del Estado, y los restos de la sociedad, del pueblo inicial, tienen que vivir esclavos de ellos, de gente con la cual no tiene nada que ver. A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa.
Cuando se sabe esto, azora un poco oír que Mussolini pregona con ejemplar petulancia, como un prodigioso descubrimiento hecho ahora en Italia, la fórmula: Todo por el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado. Bastaría esto para descubrir en el fascismo un típico movimiento de hombre-masa. Mussolini se encontró con un Estado admirablemente construido — no por él, sino precisamente por las fuerzas e ideas que él combate: por la democracia liberal. Él se limita a usarlo incontinentemente; y sin que yo me permita ahora juzgar el detalle de su obra, es indiscutible que los resultados obtenidos hasta el presente no pueden compararse con los logrados en la función política y administrativa por el Estado liberal. Si algo ha conseguido, es tan menudo, poco visible y nada sustantivo, que difícilmente equilibra la acumulación de poderes anormales que le consiente emplear aquella máquina en forma extrema.
El estatismo es la forma superior que toman la violencia y la acción directa constituidas en norma. Al través y por medio del Estado, máquina anónima, las masas actúan por sí mismas.
Las naciones europeas tienen ante sí una etapa de grandes dificultades en su vida interior, problemas económicos, jurídicos y de orden público sobremanera arduos. ¿Cómo no temer que bajo el imperio de las masas se encargue el Estado de aplastar la independencia del individuo, del grupo, y agostar así definitivamente el porvenir?
Un ejemplo concreto de este mecanismo lo hallamos en uno de los fenómenos más alarmantes de estos últimos treinta años: el aumento enorme en todos los países de las fuerzas de Policía. El crecimiento social ha obligado ineludiblemente a ello. Por muy habitual que nos sea, no debe perder su terrible paradojismo ante nuestro espíritu el hecho de que la población de una gran urbe actual, para caminar pacíficamente y acudir a sus negocios, necesita, sin remedio, una Policía que regule la circulación. Pero es una inocencia de las gentes de "orden" pensar que estas "fuerzas de orden público", creadas para el orden, se van a contentar con imponer siempre el que aquéllas quieran. Lo inevitable es que acaben por definir y decidir ellas el orden que van a imponer — y que será, naturalmente, el que les convenga.
Conviene que aprovechemos el roce de esta materia para hacer notar la diferente reacción que ante una necesidad pública puede sentir una u otra sociedad. Cuando, hacia 1800, la nueva industria comienza a crear un tipo de hombre — el obrero industrial — más criminoso que los tradicionales, Francia se apresura a crear una numerosa Policía. Hacia 1810 surge en Inglaterra, por las mismas causas, un aumento de la criminalidad, y entonces caen los ingleses en la cuenta de que ellos no tienen Policía. Gobiernan los conservadores. ¿Qué harán? ¿Crearán una Policía? Nada de eso. Se prefiere aguantar, hasta donde se pueda, el crimen. "La gente se resigna a hacer su lugar al desorden, considerándolo como rescate de la libertad." "En París — escribe John William Ward — tienen una Policía admirable; pero pagan caras sus ventajas. Prefiero ver que cada tres o cuatro años se degüella a media docena de hombres en Ratcliffe Road, que estar sometido a visitas domiciliarias, al espionaje y a todas las maquinaciones de Fouché". Son dos ideas distintas del Estado. El inglés quiere que el Estado tenga límites. "
En ésta define la aparición, en pleno inicio del siglo XX, del hombre-masa, un nuevo y masivo personaje social carente de ideas propias pero prepotente demandante de poder en nuestras sociedades. Pese al tiempo transcurrido, y al panorama europeo tan distinto al actual sobre el que Ortega y Gasset basó su análisis (con gobiernos totalitarios de gran fuerza en ese momento tales como el comunismo de Stalin y el fascismo de Mussolini), su análisis no ha perdido un ápice de vigencia y actualidad, incluso hoy en día. El hombre-masa y su nefasto efecto en las actuales sociedades continúa tan vivo como entonces.
Próximamente haré un detallado análisis acerca de esta fundamental obra de Ortega y Gasset, pero por el momento dejo a mis lectores un interesante capítulo, pleno de actualidad en estos tiempos en los que el progresismo, aprovechando una breve y transitoria crisis economica mundial que ya está terminando, intentó apresuradamente enterrar vivo al capitalismo y resucitar la añeja y fracasada momia del estatismo. También Ortega y Gasset se refirió en un capítulo de La Rebelión de las Masas a la influencia del Estado, en un capítulo que tituló: "El Estado, el mayor peligro", el que transcribo a continuación:
"El Estado contemporáneo es el producto más visible y notorio de la civilización. Y es muy interesante, es revelador, percatarse de la actitud que ante él adopta el hombre-masa. Éste lo ve, lo admira, sabe que está ahí, asegurando su vida; pero no tiene conciencia de que es una creación humana inventada por ciertos hombres y sostenida por ciertas virtudes y supuestos que hubo ayer en los hombres y que puede evaporarse mañana. Por otra parte, el hombre-masa ve en el Estado un poder anónimo, y como él se siente a sí mismo anónimo — vulgo — , cree que el Estado es cosa suya. Imagínese que sobreviene en la vida pública de un país cualquiera dificultad, conflicto o problema: el hombre-masa tenderá a exigir que inmediatamente lo asuma el Estado, que se encargue directamente de resolverlo con sus gigantescos e incontrastables medios.
Este es el mayor peligro que hoy amenaza a la civilización: la estatifícación de la vida, el intervencionismo del Estado, la absorción de toda espontaneidad social por el Estado; es decir, la anulación de la espontaneidad histórica, que en definitiva sostiene, nutre y empuja los destinos humanos. Cuando la masa siente alguna desventura o, simplemente, algún fuerte apetito, es una gran tentación para ella esa permanente y segura posibilidad de conseguir todo — sin esfuerzo, lucha, duda, ni riesgo — sin mas que tocar el resorte y hacer funcionar la portentosa máquina. La masa se dice: "El Estado soy yo", lo cual es un perfecto error. El Estado es la masa sólo en el sentido en que puede decirse de dos hombres que son idénticos, porque ninguno de los dos se llama Juan. Estado contemporáneo y masa coinciden sólo en ser anónimos. Pero el caso es que el hombre-masa cree, en efecto, que él es el Estado, y tenderá cada vez más a hacerlo funcionar con cualquier pretexto, a aplastar con él toda minoría creadora que lo perturbe; que lo perturbe en cualquier orden: en política, en ideas, en industria.
El resultado de esta tendencia será fatal. La espontaneidad social quedará violentada una vez y otra por la intervención del Estado; ninguna nueva simiente podrá fructificar. La sociedad tendrá que vivir para el Estado; el hombre, para la maquina del gobierno. Y como a la postre no es sino una máquina cuya existencia y mantenimiento dependen de la vitalidad circundante que la mantenga, el Estado, después de chupar el tuétano a la sociedad, se quedará hético, esquelético, muerto con esa muerte herrumbrosa de la máquina, mucho más cadavérica que la del organismo vivo.
Este fue el sino lamentable de la civilización antigua. No tiene duda que el Estado imperial creado por los Julios y los Claudios fue una máquina admirable, incomparablemente superior como artefacto al viejo Estado republicano de las familias patricias. Pero, curiosa coincidencia, apenas llegó a su pleno desarrollo, comienza a decaer el cuerpo social. Ya en los tiempos de los Antoninos (siglo II) el Estado gravita con una antivital supremacía sobre la sociedad. Esta empieza a ser esclavizada, a no poder vivir más que en servicio del Estado. La vida toda se burocratiza. ¿Qué acontece? La burocratización de la vida produce su mengua absoluta — en todos los órdenes. La riqueza disminuye y las mujeres paren poco. Entonces el Estado, para subvenir a sus propias necesidades, fuerza más la burocratización de la existencia humana. Esta burocratización en segunda potencia es la militarización de la sociedad. La urgencia mayor del Estado en su aparato bélico, su ejército. El Estado es, ante todo, productor de seguridad (la seguridad de que nace el hombre-masa, no se olvide). Por eso es, ante todo, ejército. Los Severos, de origen africano, militarizan el mundo. ¡Vana faena! La miseria aumenta, las matrices son cada vez menos fecundas. Faltan hasta soldados. Después de los Severos el ejército tiene que ser reclutado entre extranjeros.
¿Se advierte cuál es el proceso paradójico y trágico del estatismo? La sociedad, para vivir mejor ella, crea, como un utensilio, el Estado. Luego, el Estado se sobrepone, y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado. Pero, al fin y al cabo, el Estado se compone aún de los hombres de aquella sociedad. Mas pronto no basta con éstos para sostener el Estado y hay que llamar a extranjeros: primero, dálmatas; luego, germanos. Los extranjeros se hacen dueños del Estado, y los restos de la sociedad, del pueblo inicial, tienen que vivir esclavos de ellos, de gente con la cual no tiene nada que ver. A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimentan el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa.
Cuando se sabe esto, azora un poco oír que Mussolini pregona con ejemplar petulancia, como un prodigioso descubrimiento hecho ahora en Italia, la fórmula: Todo por el Estado; nada fuera del Estado; nada contra el Estado. Bastaría esto para descubrir en el fascismo un típico movimiento de hombre-masa. Mussolini se encontró con un Estado admirablemente construido — no por él, sino precisamente por las fuerzas e ideas que él combate: por la democracia liberal. Él se limita a usarlo incontinentemente; y sin que yo me permita ahora juzgar el detalle de su obra, es indiscutible que los resultados obtenidos hasta el presente no pueden compararse con los logrados en la función política y administrativa por el Estado liberal. Si algo ha conseguido, es tan menudo, poco visible y nada sustantivo, que difícilmente equilibra la acumulación de poderes anormales que le consiente emplear aquella máquina en forma extrema.
El estatismo es la forma superior que toman la violencia y la acción directa constituidas en norma. Al través y por medio del Estado, máquina anónima, las masas actúan por sí mismas.
Las naciones europeas tienen ante sí una etapa de grandes dificultades en su vida interior, problemas económicos, jurídicos y de orden público sobremanera arduos. ¿Cómo no temer que bajo el imperio de las masas se encargue el Estado de aplastar la independencia del individuo, del grupo, y agostar así definitivamente el porvenir?
Un ejemplo concreto de este mecanismo lo hallamos en uno de los fenómenos más alarmantes de estos últimos treinta años: el aumento enorme en todos los países de las fuerzas de Policía. El crecimiento social ha obligado ineludiblemente a ello. Por muy habitual que nos sea, no debe perder su terrible paradojismo ante nuestro espíritu el hecho de que la población de una gran urbe actual, para caminar pacíficamente y acudir a sus negocios, necesita, sin remedio, una Policía que regule la circulación. Pero es una inocencia de las gentes de "orden" pensar que estas "fuerzas de orden público", creadas para el orden, se van a contentar con imponer siempre el que aquéllas quieran. Lo inevitable es que acaben por definir y decidir ellas el orden que van a imponer — y que será, naturalmente, el que les convenga.
Conviene que aprovechemos el roce de esta materia para hacer notar la diferente reacción que ante una necesidad pública puede sentir una u otra sociedad. Cuando, hacia 1800, la nueva industria comienza a crear un tipo de hombre — el obrero industrial — más criminoso que los tradicionales, Francia se apresura a crear una numerosa Policía. Hacia 1810 surge en Inglaterra, por las mismas causas, un aumento de la criminalidad, y entonces caen los ingleses en la cuenta de que ellos no tienen Policía. Gobiernan los conservadores. ¿Qué harán? ¿Crearán una Policía? Nada de eso. Se prefiere aguantar, hasta donde se pueda, el crimen. "La gente se resigna a hacer su lugar al desorden, considerándolo como rescate de la libertad." "En París — escribe John William Ward — tienen una Policía admirable; pero pagan caras sus ventajas. Prefiero ver que cada tres o cuatro años se degüella a media docena de hombres en Ratcliffe Road, que estar sometido a visitas domiciliarias, al espionaje y a todas las maquinaciones de Fouché". Son dos ideas distintas del Estado. El inglés quiere que el Estado tenga límites. "
Labels: estatismo, Ortega y Gasset, Rebelión de las Masas
Comments:
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cristian te conocia de tus ponencias en el blog del congreso virtual y de tus aciertos y tu claridad... sabes te confieso que no habia visitado tu blog... hoy lo he hecho y he quedado muy satisfecho de todo lo que lei... puedo decir que tu blog es hermoso y esa hermosura de espiritu y esa tranquilidad y seguridad que envuelve a los hombres de libre pensamiento nos esta haciendo mucha falta a todos... es necesario que todos se enamoren de la verdad y no que huyan de ella... TU BLOG INVITA A ACERCARNOS A LA VERDAD SIN TEMOR A QUEMARNOS DE SU FUEGO INEVITABLE...
gracias y que bueno que alguien como tu sea uno de los colaboradores mas importantes del congreso virtual internacional...
gracias y que bueno que alguien como tu sea uno de los colaboradores mas importantes del congreso virtual internacional...
Mmmm... interesante perspectiva... da mucho para pensar.
Visité el sitio en donde está tu ponencia sobre la patética visita de Bachelet a Cuba... te dejé un comentario y te felicito... muy bueno.
Visité el sitio en donde está tu ponencia sobre la patética visita de Bachelet a Cuba... te dejé un comentario y te felicito... muy bueno.
Como el estado no es capaz de comprender y manejar la extraordinaria complejidad social, la solución entonces es hacerla más simple. La creatividad entonces,es una amenaza a su poder.
Para conjurarla debe convertir a los individuos en clones sociales mediante políticas de educación oficiales, y mostrarse a sí mismo como el único capaz de satisfacer sus necesidades y de mantener a la masa a salvo de los riesgos y desafíos del mundo real. En otras palabras La Bestia debe proteger a la masa de sí misma, convenciendo a los clones que son estúpidos, quienes finalmente terminan siéndolo.
No sólo el estado pierde la conexión con el mundo real, sino que los propios individuos terminan perdiéndola.
Para conjurarla debe convertir a los individuos en clones sociales mediante políticas de educación oficiales, y mostrarse a sí mismo como el único capaz de satisfacer sus necesidades y de mantener a la masa a salvo de los riesgos y desafíos del mundo real. En otras palabras La Bestia debe proteger a la masa de sí misma, convenciendo a los clones que son estúpidos, quienes finalmente terminan siéndolo.
No sólo el estado pierde la conexión con el mundo real, sino que los propios individuos terminan perdiéndola.
Lo que dice acerca de Roma y la burocratización es el mismo diagnóstico, entre otras cosas, de Von Mises y la Escuela Austría. Roma no cayó por los bárbaros, sino por el peso de la burocracia, que obligó a la gente a vivir en el campo y practicar una economía de subsistencia.
De hecho, en 'Libertaddigtal' aparecieron dos artículos en que comparaban la España actual con el siglo III D.C., del período romano: la descarada intervención del Estado en la economía.
En el fascismo no ha muerto, entonces.
De hecho, en 'Libertaddigtal' aparecieron dos artículos en que comparaban la España actual con el siglo III D.C., del período romano: la descarada intervención del Estado en la economía.
En el fascismo no ha muerto, entonces.
Osvaldo: agradezco tu visita y comentario, asi como tus palabras. Hasta ahora, lamentablemente, sólo tu e Iván se han dignado visitarla y comentar, lo que abre un manto de dudas con respecto a la continuidad que tendrán los contactos hechos en el Congreso Virtual una vez quue éste finalice.
Javier y Vicente: son realmente muy interesantes y vigentes las palabras de Ortega y Gasset. Su analisis de 80 años de antiguedad, escasamente rescatado por los filósofos actuales, es realmente vigente.
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Javier y Vicente: son realmente muy interesantes y vigentes las palabras de Ortega y Gasset. Su analisis de 80 años de antiguedad, escasamente rescatado por los filósofos actuales, es realmente vigente.
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